La T de Tigre es también T de Tragedia
La consumada eliminación del reducido más fácil de la historia dolió más que el descenso de 2019 y dejó flotando todas las certezas que ya teníamos desde antes, y que habían quedado tapadas por la obtención de la Copa Superliga. Es momento de resurgir o de hundirse en las tinieblas de un Tigre que parece tan contaminado como esta pandemia universal.
Vamos a empezar con todo. La bipolaridad del país (peronistas vs antiperonistas, verdes vs celestes, neoliberales vs keynesianos etc, etc, etc) no excede al mundo Tigre. Si bien podría arrancar este análisis en el casi siglo y cuarto que tiene el club, alcanza justamente con quedarse con el último cuarto de siglo, o incluso tantito menos que eso.
Pongamos un punto en el año 2003. Un Tigre de camiseta EZ
peleaba los últimos puestos de la tabla de Primera B Metropolitana.
Terrible. Eran tiempos de bandera negra y lemas como “Tigre reaccioná, esto es
la C”. Derrotas que (créanlo, los más jóvenes) aún siguen doliendo en algún
lugar del inconsciente: Berazategui en el sur, Midland en Morón, Alem en
Almirante Brown, Adrogué en Temperley, y varios etcéteras.
Pero como en todo cuento, el final puede cambiar y algo
ocurrió: llegó un tal Caruso Lombardi, dejó prácticamente nada de ese equipo y
armó un exitosísimo conjunto que se llevó de punta a punta el ascenso
2004/2005. Pero Caruso no había llegado sólo, sino de la mano de Sergio Massa,
por entonces una figura bastante poderosa en las sombras, pero al mismo tiempo
desconocida para el resto de los mortales y de las escenas centrales del mundo
político. Massa había llegado de la mano del nefastísimo Rodolfo Bianchi
(¿alguien volvió a verlo en una cancha?) que estaba llevando el club al ocaso.
Era un Massa que aún se permitía perseguir por los pasillos de la cancha de Defensores
de Cambaceres al árbitro para putearlo ante las cámaras de TN. Pero como dije
antes, aún estaba lejos de ser la figura central que hoy ocupa la jefatura de
la Cámara de Diputados de la Nación.
La cuestión es que ahí nació una tramposa grieta en Tigre:
massistas o antimassistas. Massa traía consigo bajo el brazo cartas
credenciales como auspicios del Banco Macro -del recientemente fallecido Jorge
Brito– o de Trilenium Casino, por entonces de Santiago Soldati. En realidad no
había mucho por analizar. Massa le había dado una inyección económica a un club
devastado que había cumplido su centenario jugando un partido contra Morón,
evento organizado por los propios hinchas, una vergüenza.
Si uno toma ese punto de partida, Massa era casi el Mesías.
Pero al mismo tiempo había llegado de la mano de Bianchi y nunca se había
generado un “que se vayan todos” en Tigre. Bianchi todavía se pavoneaba por la
platea de Guido Spano con otros nefastos personajes de esas décadas perdidas,
como el otrora rematador de la sede de Tigre, Jorge Leber, siempre
desparramando dientes y barbas blancas, sonrisas cómplices, casi de cofradía.
Al mismo tiempo, personas de buenas intenciones querían
rodearlo, intentaban explicarle qué era Tigre, sugerirle alguna que otra idea,
puesto que el bueno de Sergio ni siquiera era hincha hasta ese momento.
Surgió por ese tiempo la figura de Luis San Andrés que
laburó mucho por el predio de Rincón de Milberg llevando camiones y camiones de
relleno para el actual predio. Pero aunque el propio Nito llegó a la
presidencia para ser sucedido luego por su yerno Rodrigo Molinos, Tigre fue y
es desde entonces, el club de Sergio Massa.
Seguramente poniendo en consideración el ascenso a Primera,
los tres subcampeonatos nacionales, el segundo puesto en la Sudamericana y los
años en la A, nadie en sus cabales diría que había alguna discusión acerca de
la favorable aparición de Massa en la historia reciente del club, pero todos al
mismo tiempo nos fuimos acostumbrando a la consolidación de un club de puertas
cerradas, y la menor crítica era ignorada o catalogada como de los “anti-Tigre”
o los “anti-Massa”.
Mientras Tigre transitaba esos años de espejismos futbolísticos en que un año peleaba una final de torneo, y al otro peleaba el descenso (del cual se salvó una vez saliendo subcampéon de Arsenal en la última fecha, y otra vez por la modificación de torneos ideada por Julio Grondona) el club se cerraba ya no para el grueso de los socios, sino hasta para los propios integrantes de la Comisión Directiva. Es decir, Tigre podría haber descendido mucho antes que en 2019, por lo que los famosos 12 años en Primera tampoco deben verse como una década completa de éxitos y triunfos.
Pero el problema estaba afuera de la cancha. Una comisión
que se renovaba prácticamente de forma automática por la eliminación de los
opositores mediante un mecanismo de amiguismo eficaz. A los que guardan viejas
boletas electorales de listas del club (yo no lo hago) los invito a que vean cómo
distintos apellidos eran un año opositores, y al otro año oficialistas. No voy
a dar nombres, el que quiera que busque. ¿Cuál era el mecanismo? Invitar a
participar para luego seguir funcionando como siempre, con una mesa mínima de
dos, tres y no muchas más personas. Desafío si hubiere alguien que dude de esta
premisa, a que suban a las redes sociales una fotografía donde los 30 miembros
de la Comisión Directiva se hayan mostrado juntos alguna vez siquiera en una
imagen sesionando.
La falta de actividad social hizo que tibiamente surgieran agrupaciones o peñas que siempre buscaban dotar al club de esa pata ausente, la social o cultural, que es tan elemental en la esencia de cualquier club, sea un club afiliado a la AFA o una sociedad de fomento barrial. El ejemplo más logrado quizás haya sido “Tigre Solidario”, entre quienes se encontraba el queridísimo amigo Miguel Roselló, quien desde la gloria no me deja mentir. Tigre Solidario era eso, era simplemente un grupo de señores, bastante mayores por cierto, que querían suplir esa falencia endémica que era la ausencia del club en cualquier otra esfera que no sea la del fútbol. Pero le pasó a Tigre Solidario lo mismo que a tantos hinchas comunes de buena fe que se acercaban a la comisión: les tiraban raid como si fueran moscas, porque los veían como opositores, o los invitaban a participar pero luego los hacían a un lado en cualquier tipo de decisión.
El entorno del massismo en el club en sus distintas épocas
(Molinos, Melaraña etc) siempre fue igual: la mesa chica era chica en serio y
no se admitía ni la menor discrepancia, especialmente si se trataba de aspectos
como dotar al club de actividades sociales, o de discutir el proyecto de
inferiores. Me permito en este ensayo recordar que el propio Massa, siendo
intendente de Tigre, dejó que se demoliera el histórico edificio de Lavalle y Libertador,
siendo de por sí un edificio que, aunque ya no perteneciera al club, era un
esplendoroso ejemplo de la arquitectura del siglo XIX y que como tal no debería
haberse demolido por ser patrimonio histórico de la ciudad. Dicho de otra
forma, el proyecto social de Tigre fue demolido adrede, con aplanadoras y fue
enterrado con retroexcavadoras.
Así las voces críticas siempre fueron tratadas de “anti-Tigre”
o “anti- Massa”, como seguramente muchos tildarán a este artículo,. La grieta
se agrandó con el paso de los años pero claro, con dos partidos por mes jugados
en Victoria (únicas dos ocasiones por mes, que al año serían apenas unas 20
veces) vale preguntarse dónde podrían expresarse esas voces discrepantes, si no
existe en el club un lugar dónde tomar un café, o dónde prender un carbón con
los amigos. Las tribunas tampoco eran ese lugar posible, ya que los muchachos
estaban siempre pendientes si alguien comenzaba a putear al Presidente o al
entorno. No hay que olvidar aquellas asambleas (la de los 97 presentes y tantas
otras) en que un par de gritos de los muchachos hacía que no exista lugar
posible para debatir algo tampoco en instancia asamblearia.
Esta sumatoria de cosas generó un club fantasma: se abría
con suerte dos veces por mes, pero el proyecto de club bien gracias. El
proyecto de club de fútbol tampoco tenía un norte: se pasaba de Cagna a Caruso
Lombardi, de intentar con Alegre a buscar el pragmatismo de Alfaro, de
Camoranessi (desastrosa experiencia) a Sava, de volver a buscar a Caruso
Lombardi (que ya había fracasado) a innovar con Ledesma. Ahí está la génesis
del descenso de Tigre. Cuando ya no había tiempo para innovar ni para hacer apuestas,
se eligió a Mariano Echeverría, que nunca había dirigido. Retengan este dato.
Me salteo a Gorosito por un instante para marcar que el error Echeverría lo
repiten recientemente con Chimi Blengio. Es idéntico. Pero claro, apareció
Gorosito y si algo demostró, es que habían perdido el poco tiempo que nos
quedaba para sacar a Tigre del descenso, intentando con un ex jugador sin
experiencia dirigiendo cuando ya no había tiempo para innovar.
Por suerte para la historia del club tuvieron el acierto de
designar a Gorosito y aunque esa remontada tremenda no nos evitó el descenso,
nos permitió jugar con un nivel único la Copa de la Superliga y dotar al club
de la tan ansiada estrella. Pero todo lo positivo e histórico que es esto, al
mismo tiempo gestaba los problemas de hoy: se mantuvo un equipo carísimo para
la B Nacional, mucho más caro que muchos equipos de Primera División, y se
reforzó con jugadores que no dan la talla ni siquiera para esta categoría:
Mosquera, Villarruel, Domínguez, Ramis, y siguen los nombres.
Gorosito siguió fiel a su estilo de juego, que demostró ser
tan eficaz en Primera como inocuo para la Primera Nacional, donde cualquiera
sabe defenderse y ganar partidos metiendo uno o dos contragolpes sin mucho tiki
tiki. Pero el problema no era Gorosito, sino sostener ese proyecto en un
contexto (el del ascenso) totalmente diferente. Así se diluyó el ciclo de Pipo,
que debió haber terminado cuando el DT pidió expresamente ir a San Lorenzo, y
que tuvo otro momento clave para culminar cuando se perdió arrastrándose en la
cancha ante Instituto en Victoria. Con el contrato vencido, el DT más exitoso
de la historia de Tigre podría haberse ido por la puerta grande, pero otra vez
eligieron una continuidad que estaba agotada. Claro, se venía la Copa
Libertadores, la de los tres millones de dólares que alguna vez deberán ser
explicados (sus destinos) por Ezequiel Melaraña y compañía.
Desde el descenso hasta nuestros días todas son penas, y el mismo
error con Gorosito se repitió con los jugadores históricos: Chino Luna, Pato
Galmarini (Echeverría y Blengio como DT expuestos en los peores momentos), el
regreso insólito de Román Martínez, con sueldo digno de sus mejores épocas
estando en el ocaso. Un club de la B entrenando en un country carísimo, de
primer nivel, como si tuviéramos el árbol del dinero.
Que quede bien claro este punto: le estamos agradecidos a
todos estos jugadores por todo lo que han dado, pero a todos los jugadores les
llega su momento sean Bochini, Maradona o Francescoli. También los jugadores
deben ser lo suficientemente hábiles para saber cuándo es el mejor momento para
una despedida, o para seguir aportando cosas desde otros lugares, como Castaño
y Blengio, aunque el Chimi haya sido precoz mente tirado a la parrilla.
Personalmente, esto corre por mi cuenta, Luna y Galmarini deberían haberse ido
besando la Copa, esa era la mejor despedida.
Finalmente llegamos a la eliminación (lógica desde mi punto
de vista) de un campeonato Nacional que era un regalo en bandeja. La pandemia
hizo que el club fantasma de los dos días por mes se volviera un fantasma
completo. Con el club descendido, siendo uno más del montón en una B Nacional
plagada de equipos ignotos y otros no tanto, Tigre se plantea un problema mucho
mayor que el ascenso a Primera y es el modelo de club. Uno se pregunta después
de 12 años en Primera División, qué cosa de cemento quedó más allá de hacer dos
veces los vestuarios y de las emociones deportivas y, claro está, me van a
responder con razón “la estrella” que es un enorme logro que se está
desperdiciando porque no está sirviendo para propulsar al club. Ojo con el
espejismo de la estrella, porque Ferro, Quilmes y Chacarita también tienen las
suyas, pero tampoco han sabido usarlas para dejar de ser eso que son: Ferro,
Quilmes y Chacarita. Distintos son los casos de Lanús o Vélez.
Se vienen tiempos donde el massismo, expresado en la figura del Presidente Melaraña, deberá explicar en asamblea –virtual quizás-, qué se hizo con todos los ingresos que no se transformaron jamás en cemento, desde el pase de Sebastián Rincón o el de Lucas Menossi, hasta los millones de dólares de la Copa Libertadores, por donde se pasó realmente de manera deshonrosa.
Termino estas líneas con unas últimas ideas. El club de las
puertas cerradas no va más. Queremos, los socios e hinchas de Tigre un Club
Social donde encontrarnos, donde cruzar ideas, donde practicar diversas
disciplinas, donde la familia tigrense se sienta parte, donde nos congreguemos,
donde se exalte la historia del club y
la cultura de la zona, donde los niños se mueran de ganas de lucir nuestros
colores y donde se exponga en las vitrinas la Copa de la Superliga y las que
ojalá vengan en el futuro. Queremos un proyecto de fútbol que comience por
tener un grupo de gente dedicada a mirar fútbol para poder armar los equipos en
estos primeros años sin comprometer las arcas del club, mientras se gesta de
verdad un proyecto de inferiores que sea usina de futbolistas para el futuro de
Tigre. Basta recordar que Romero, el goleador de Defensa y Justicia campeón de
la Copa Sudamericana, jugaba en Acasusso. ¿Nunca lo vieron muchachos? Miren que
Acassus
o queda cerca de Victoria.
El mayor peligro al que se enfrenta Tigre es que la comisión de la mesa chiquitita siga los mismos pasos. Los de adornar una asamblea con promesas apoteósicas como construir una nueva tribuna o un nuevo estadio, la promesa de que va a venir el gimnasio de tal o cual empresa a instalarse bajo la tribuna. Nada de eso es el club que queremos, pero la desmovilización social ha cumplido su efecto y hoy no existe oposición. No queremos un cambio de figuritas, queremos un cambio en el club. Porque la T de Tigre también es la T de Tragedia, y no queremos otros 27 años de pena y olvido. (Por Gustavo Moure)
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